viernes, 24 de febrero de 2023

El historietista peruano Mario Molina ha muerto, a los 63 años: la sensible despedida de Hernán Migoya






 

Mario Molina (Lima.1959 -2023) ilustrador peruano y humorista gráfico de dilatada trayectoria, curso estudios en el colegio Franco – Peruano y luego en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Lima. Trabajó durante 30 años en el semanario “Caretas”, dando imagen a “La china Tudela”, personaje de la popular columna de Rafo León, luego publicaría humor político en los diarios Gestión, El Comercio y La República.  Molina es dibujante de la novela gráfica peruana "En la cara No" (Reservoir Books. 2021), obra con guion del narrador Oscar Malca, la cual supuso un enorme salto cualitativo en su producción artística: “este trabajo ha implicado para mí dos desafíos: ponerme a prueba como dibujante y también como narrador gráfico. Empujar mis límites de lo que he logrado como dibujante”. En noviembre pide permiso laboral al diario “La República” por encontrase mal de salud. Un agresivo tumor cerebral terminó con su vida cuando se encontraba asumiendo el proyecto de llevar a la historieta la novela “La ciudad y los perros” de Mario Vargas Llosa, con adaptación del talentoso escritor español Hernán Migoya.

 

Del Facebook de Hernán Migoya

Nunca fuimos amigos, Mario, no nos dio tiempo, pero desde que te conocí supe que me ibas a caer muy bien.

Primero por la nobleza con que la noche de la presentación de 'Selva misteriosa' me dijiste quién eras y me felicitaste por mi trabajo como editor de ese clásico de Flórez del Águila. Lo hiciste con una sencillez frontal que me encantó.

Segundo, porque cuando hace medio año te tanteé con la posibilidad de que dibujaras 'La ciudad y los perros' de Vargas Llosa en su versión novela gráfica, sentí en ti un entusiasmo y una humildad ante ese reto muy conmovedores. Si soy sensible a algo es a las personas que hacen las cosas por amor, por ganas, por sentirse vivas. Yo también soy así, pero siempre consideré a los dibujantes de cómic seres superiores, y por eso me emociona tanto cuando reconozco esa veta entusiasmada en ellos.

Hace ¿qué, cuatro, cinco meses? estábamos los dos tomando un café en Barranco y me decías lo determinado que estabas a abandonar el humor político y encarrilarte definitivamente como autor de historietas. Tu primera novela gráfica, 'En la cara no', era una victoria del talento y la voluntad, gracias al guion de Óscar Malca, a la fe de vuestro editor Jerónimo Pimentel y a tu empeño en completar las 250 páginas que la componen: ¡todo un hito en la casi inexistente industria historietística peruana! Me hablabas con un brillo en los ojos de tus maestros franceses, de Moebius, del Metal Hurlant, de que un proyecto como 'La ciudad y los perros' te daría también proyección en España. Me mirabas y me contabas y tú sabías que yo te entendía, que compartía tu entusiasmo. Y que te iba a apoyar en todo lo que pudiera.

No estábamos hablando de ganar dinero ni de ser unos triunfadores ni de esas puñetas que hablan otros y que mantiene tan próspera la industria de los libros de autoayuda: estábamos hablando, sencillamente, de nuestros sueños.

Mierda, si hasta convencí al editor de 'La ciudad y los perros', Jaume Bonfill, de que eras el dibujante idóneo. Bueno, no costó: Jaume tiene buen ojo, aunque no pudiera venir a conocerte desde Barcelona. Lo que sí cuesta es mover la maquinaria de un gigante editorial como Mondadori Random House y remodelar contratos para que entre un nuevo artista: pero entraste.

Y justo cuando, tras varias semanas de insufrible espera por parte tuya y mía, recibes el contrato que tanto ansiabas firmar, te enteras en paralelo de que tienes un problema de salud.

Y ahora ya no estás.

Seguí tu enfermedad con discreción, gracias a la información que me iba proporcionando, siempre encantador y cariñosísimo, tu hijo Piero. Cuando vi que pasaban semanas sin noticias suyas, ya me temí lo peor.

No hemos sido amigos, Mario, pero sé que lo hubiéramos sido. En el trato me ganaba de ti que a pesar de ser alguien con una moralidad y unas ideas políticas muy definidas, no cayeras en la típica demagogia propagandística que encuentro en tantos compatriotas nuestros. No ibas vendiendo superioridad moral por ahí. Eras tranquilo opinando y a mí me gusta la gente tranquila, porque sé que esa serenidad es lo más difícil de cultivar en uno y tal vez porque yo jamás podré ser así: me conformo con que la buena gente tranquila como tú suela apreciarme, porque sabe que mi vehemencia no es dañina, que siempre hay un poco de autoparodia detrás, que es la forma que toma casi siempre mi autocrítica.

Sí, yo sé que si te hubiera conocido hace diez, veinte, treinta años, hubiéramos sido patas como lo eras con gente maravillosa como el historietista Juan Acevedo o la guionista Cecilia Maric o el pintor Ángel Valdez, que ayer fueron a despedirte, y yo fui también, pese a que no suelo ir a velorios y no éramos (aún) amigos.

Y creo que es la primera vez que he llorado por alguien que conocía personalmente, pero que no era todavía mi amigo.

O a lo mejor sí lo eras y yo no había caído.

Creo que lloro por lo injusto que ha sido todo. Demasiado injusto para ti...

Descansa en paz, Mario, y recuerda:

tenemos una amistad pendiente.

Hernán Migoya


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