viernes, 1 de enero de 2010

Entrevista con Horacio Lalia: “El maestro del horror gótico visitó Lima” (Parte 1)


Por Gabriel Zárate

Horacio Lalia fue el célebre invitado internacional que tuvo “El día de la historieta peruana” este último doce de septiembre del 2008 en Lima –Perú, donde fue justamente homenajeado y premiado por su dilatada y talentosa trayectoria. Gentilmente Horacio accedió a conversar con nosotros en forma extensa sobre los orígenes de su formación como dibujante, su relación de discípulo con el maestro Alberto Breccia, sobre su inolvidable personaje Nekrodamus, creado por el gran Oesterheld y de su fecunda producción artística, plagada de éxitos y reconocimientos tanto en Argentina como en Europa. (Un fuerte abrazó a la distancia Horacio: por la notable calidad de su obra y su gran calidad humana. Simplemente ¡gracias! )

Empecemos por el inicio. Los historietistas por lo general primero comienzan como lectores en su infancia y adolescencia. Cuéntenos sobre sus primeros acercamientos a la historieta como lector. ¿Cuáles son las publicaciones que recuerda con mayor cariño o admiración? ¿Cuáles fueron las obras o los autores que reforzaron su lectura y despertaron su vocación historietistica?

Horacio Lalia: Mi acercamiento a la historieta es aproximadamente alrededor de los años 48, 49. Contaba yo con 7 u 8 años cuando empecé a leer historietas. Me gustaron en esa época Patoruzito, Misterix, Rayo Rojo, El Tony, Intervalo. Había una cantidad enorme de revistas de historietas. Y lo que me gustaba mucho eran las adaptaciones, pues solía haber muy buenas adaptaciones. Nosotros teníamos desde los años 30s buenos adaptadores como José Luis Salinas, por ejemplo, el chileno Del Castillo, Bruno Premiani. En revistas como Patoruzito o Intervalo salían adaptaciones de grandes escritores como Balzac, y me interesaba, las leía, me gustaban. Esa fue la formación en la que después, cuando yo tengo 15, 16 años y empiezo de asistente ya con Eugenio Zoppi, me ayudo a pasar mejor a la lectura de libros. Ya había empezado con la lectura de aventura juvenil, pero luego empiezo a entrar mejor con la lectura de los clásicos. Ello me ayudo mucho. Mi primer acercamiento a laborar en la historieta es a través de un amigo, de mi propio barrio, que sabía que yo dibujaba y que casualmente su padre tenía un negocio y él me dijo: “Mira, hay un señor acá cerca, que la mujer es cliente de mi papa. ¿No te interesa que le diga?”. Y bueno, a mi me gustaba dibujar, y casualmente era el que hacia Misterix, Eugenio Zoppi. Claro, yo era lector de Misterix de muchos años. Tuve la suerte que me acerque, pues vivía a pocas cuadras de mi casa. Me dejo unas cosas para hacer, le gusto lo que hice y me dijo: “Lo llamo en cualquier momento”. ¡Bueno, vamos a ver qué es lo que pasa! y tuve la suerte que a las dos semanas aproximadamente me llama y me dice: “La semana que viene se va mi ayudante ¿Te interesa trabajar conmigo?”. Y yo ¡claro!, con 15, 16 años, fanático de la historieta, sobre todo del personaje suyo que era bárbaro. Ese ayudante era Rubén Sosa, uno de los primeros discípulos de Breccia de la Escuela Panamericana de Arte, que junto con Durañona, Balbi, Muñoz eran una camada de jóvenes, nuevos que empezaban a publicar en Hora Cero. Me daban su lugar para que lo ocupe, el lugar de Sosa que se fue y yo comienzo con Zoppi. Ahí empiezo directamente con el contacto. Si bien me gustaba dibujar y yo había ido unos 5 o 6 meses a un taller de dibujo artístico, a mí lo que me gustaba era contar cosas. Al mes de estar ahí lo conozco a Alberto Breccia, porque eran concuñados con Eugenio Zoppi, eran casados con dos hermanas, e iba a visitarlo. Me lo presento y la casualidad es que a los tres meses se va el ayudante de Breccia y Breccia vivía en la zona también, yo vivía a 7 cuadras de los dos. Éramos del barrio. Zoppi le dijo: “Si quieres lo compartimos, este chico es del barrio, anda bien”. “Bueno” dijo Breccia, “macanudo”, y así me ocupe tres años con los dos.

La Escuela Panamericana de Arte fue un hito en el surgimiento de talentosos historietistas en la Argentina. ¿Que nos puede decir de su formación como dibujante, de los maestros que tuvo?

Horacio Lalia: Claro, justamente cuando empecé de ayudante con Alberto entro a la Panamericana de Arte. El me ve y me dice: ¿quieres entrar? Y yo ¡claro, quiero hacer historieta! El era uno de los profesores, porque estaban también Pratt, Haupt. Había varios en el rubro de lo que era historieta, porque había varias disciplinas. Bueno, me toco estar con Breccia. Hice los tres años con él y después Breccia se separa con otros autores y fundan IDA y ahí hago dos años más con Breccia. Yo seguía colaborando con él, después de los tres primeros años que trabaje con los dos. Con él generalmente empecé arreglando historietas antiguas, historietas que tenía y yo las iba arreglando, y le posaba. Le posaba todo, porque a Breccia le posaba hasta la última figurita y tomaba apuntes. Tiempo después le empecé a hacer algunos fondos, le hacía algunos grises. Me desempeñaba haciendo archivo, posando y por supuesto seguía estudiando con él.

Alberto Breccia es una pregunta ineludible, ya que usted fue su ayudante durante seis años. ¿Qué recuerdos guarda del viejo Breccia? ¿Cómo era trabajar junto a un genio de la historieta? ¿Cuánto de Breccia absorbió Horacio Lalia en su propia obra?

Horacio Lalia: Bueno, como persona un excelente persona. Un poco hosco en el trato con la gente, porque era una especie de pantalla que él ponía, pero era internamente un poco de otra manera.

Breccia venía de Mataderos, un barrio bravo.

Horacio Lalia: Claro. Lo que pasa es que él se crio en un barrio bravo, porque vino de Uruguay muy chico y se crio en Mataderos. Era un barrio en el cual él siempre contaba que era tripero. Los triperos son los que preparan la tripa para hacer chorizo y él trabajaba. El padre creo que tenía una carnicería y el siempre lo recordaba con mucho orgullo, y que luego de eso fue que empezó a dibujar. Y después, en cuanto a lo que me dejo. Si bien yo trabajaba al lado de él y lo veía trabajar. Era tranquilo trabajar con él. Tomábamos mate todo el día, él dibujaba yo lo veía como dibujaba, hacia mis cosas. Te puedo decir que si bien yo aprendí en la Escuela Panamericana y en IDA conceptualmente fue mucho más importante lo que yo veía que él hacía y lo que yo le ayudaba hacer diariamente, eso fue fundamental.

Usted se considera un discípulo de Breccia

Horacio Lalia: Por supuesto, en alguna medida, no soy un autodidacta, lo que pasa es que después de empezar a ayudarlo y tenerlo conceptualmente, uno va aprendiendo cosas y sigue aprendiendo cosas porque era otra época también distinta, incluso el sistema de enseñanza era distinto.

¿Mucha teoría?

Horacio Lalia: Al contrario no había tanta teoría, era más práctica, pero el tema era recibir una respuesta con respecto a lo que un preguntaba y generalmente se contestaba con evasivas o no se contestaba. Uno estaba medio a la espera de ver cómo era, ¿porque no está bien? La pregunta era ¿por qué? Muy parcas las cosas, no solo en Breccia sino en general, era todo el sistema de enseñanza. El grupo que funcionaba bien iba adelante y el que no funcionaba se quedaba, por suerte yo no era de los últimos, más o menos me acomodaba con el grupo de los primeros. Yo veía ese tipo de cosas, a veces pregunta algo y me evacuaban y a veces no se contestaban demasiado las preguntas y uno se quedaba pensando. Todo ese tipo de cosas a través de verlo dibujar a él. Como rendía al lado de él.

Agradecimiento a José Vilca “Chiqui” por la foto

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