Por Pablo
Guimón (El País. España)
Sus obsesiones, explica Alan Moore, estaban ahí
desde que era un niño. Un mocoso que miraba intrigado los retratos de sus
antepasados victorianos, colgados en su casa en un barrio obrero de
Northampton. “Miraban sorprendidos a la cámara”, recuerda. “Yo me preguntaba si sabían que estaban muertos. Quizá no lo sabían.
Entonces pensaba si había gente en el futuro mirando fotos mías y preguntándose
si yo sé que estoy muerto”.
La vida y la muerte. El tiempo y el espacio. Las
realidades paralelas. Ejes del universo de Moore, de 72 años, uno de los
autores de cómic más grandes de la historia, padre de Watchmen, V de Vendetta o
From hell. Obsesiones místicas a las que da rienda suelta en su nueva obra,
Jerusalem, publicada ahora en Reino Unido, que promete ser lo más ambicioso y
enrevesado que haya creado nunca. Se trata de un libro cuyo propósito es, en
palabras del autor, “refutar la
existencia de la muerte”. Una obra que Moore sostiene en sus manos,
adornadas con seis misteriosas sortijas, mientras los pelos grises de su larga
barba acarician la no menos intrigante portada ilustrada por el propio autor,
que recibe a una decena de periodistas en un club londinense
Jerusalem es una novela. La segunda que escribe
Moore (tras La voz del fuego, de 1996). Ha tardado diez años en completarla.
Los pocos que ya la han leído y comentado hablan de una obra “memorable”. “Fusione
a James Michener, Charles Dickens y Stephen King y se acercará al territorio de
la infinita inventiva que exhibe Moore en su más magna opera magna”, proponía
la primera crítica, en Kirkus Reviews.
Monumental Lo que
nadie negará a Jerusalem es el adjetivo de monumental. Es un artefacto de 1.280
páginas en tres tomos. Desde aquí, mucho ánimo al traductor que tiene ante sí
la colosal tarea de convertirlo al español, para que Planeta pueda publicarlo
el año próximo: las más de 640.000 palabras –Moore supera a Guerra y paz o a su
admirada La broma infinita, de Wallace— conforman capítulos narrados por
diferentes voces. El propio autor reconoce que le costaría comprender, si
decidiera releerlo, el capítulo dedicado a Lucia Joyce, hija del genio
dublinés, escrito en “un idioma
subjoyciano completamente inventado”.
Después de 10 años inmerso en la solitaria
escritura de una novela, Moore da por concluida su etapa de autor de tebeos. “Hay 250 páginas de viñetas que tengo
todavía en mí”, explica. “Después,
he terminado con los cómics”.
Asegura que su carrera en los tebeos fue “un accidente”. Le echaron de la
escuela a los 15 años por trapichear con LSD, y completó su formación en un
colectivo artístico experimental. “Jugué
con los medios y las ideas. Me decanté por los cómics porque parecían
funcionar. Pero ya he hecho suficiente en ese campo”.
Moore salió escaldado del mundo del cómic
comercial. “Nunca fui un entusiasta de
los superhéroes”, admite. “Habrá una
razón por la que millones de adultos siguen las aventuras de Batman, pero se me
escapa. Son personajes de hace medio siglo. Llegamos a los noventa, que era el
futuro para los superhéroes, y no supimos inventar nada. Decidimos repetir la
cultura del siglo en el que nos sentíamos cómodos. No defiendo deshacerse de
los arquetipos clásicos, pero sí añadir otros. Este siglo merece su propia
cultura. Como The Wire, que no podría haber sido escrita el siglo pasado. Estoy
harto de Batman”.
Transgresor de las fronteras del cómic, y crítico
con las millonarias adaptaciones al cine de sus obras, Moore reivindica
exprimir el potencial de cada medio. “No
suscribo la idea moderna de que todo debe ser válido en diversas
plataformas", explica. "Así,
acabas con cómics que quieren ser películas y con películas que quieren ser
merchandising. Estoy harto de leer novelas que en el primer párrafo sabes en
qué actriz piensa el autor. No me gusta la falta de ambición de la cultura
contemporánea. Y no vale con quejarse: hay que hacer algo que creas mejor”.
El cine, y un libro sobre magia, son los campos
que le ocupan ahora. "Me interesan
las cosas que no sé si sabré hacer", asegura. Moore se mantiene muy
vivo. Por si hay alguien ahí en el futuro mirando su retrato en la pared.
‘Jerusalem’ es
Northampton Qué nadie se lleve a engaño: Jerusalem transcurre en Northampton,
la ciudad natal del autor. Más concretamente, en el kilómetro cuadrado donde
creció Moore. El título responde al poema de Blake, convertido en himno
oficioso de Inglaterra. “Si profundizas en una comunidad ves las cualidades narrativas
de la existencia, cómo viven las familias durante generaciones, la estructura
temporal y espacial del mundo”, defiende.
Histórico anarquista, Moore indaga en Jerusalem
en las raíces de la identidad y la cultura inglesa. Pero cree que “la idea de nación
se está rompiendo”. “Internet ha
evaporado la geografía y la ha desprovisto de significado político”,
sostiene. “El ISIS es un ejemplo de
movimiento posnacional, aunque no es el que yo deseaba, claro. Debemos celebrar
nuestra tierra pero no por encima de la de otros. La cultura inglesa no sería
nada sin el contagio de otras. Creo en las identidades inclusivas. Ninguna
cultura existe si está aislada”. (El
País. España)
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