Por Martin García
Alvar ¿por Álvaro Zerboni, el editor italiano, o por Alvar Núñez Cabeza de Vaca?
Por Alvar Núñez. No sé de donde salen esas mezclas de nombres, Uno mezcla, mezcla…
¿Es la selva latinoamericana por una posición ideológica o por clima exótico pensando en el mercado europea?
Si en algo pensé fue en el western: Si uno mira a Alvar Mayor y a Jackaroe deben de parecerse bastante, ¡no’?, aunque es cierto que Alvar no es un solitario y si vos traspones la aventura a un ambiente del Oeste norteamericano tienes que sacarle el ingrediente mágico que le incorporaba mi lectura de García Márquez: América, Latinoamérica no es exactamente igual al mundo europeo o norteamericano. Es otra cosa: Eso que García Márquez dijo hasta el cansancio en los reportajes: cuando le mostró Cien años de soledad a su madre ella le dijo “¿A quién le puede interesar esto que pasó en nuestra familia?”
Él lo embelleció, pero de alguna manera el sistema de pensamiento es distinto. Uno piensa desde el otro lado, siempre. Hay cosas que pasan en estos lugares que no pasan en ningún otro o que, si no son tamizadas por el cartesianismo europeo entran dentro del terreno fantástico y aquí, sin embargo pasan: el tipo que pesco un león en el mar por ejemplo, que lo contaba García Márquez. La historia decía que tenía el recorte de diario de una vez que un señor había pescado en Chubut con su barca. Y claro, se había escapado de un circo, un viento del sur había levantado la carpa y el león había aparecido en el mar. Una barca lo rescato. Pero García Márquez decía, supongo que con un poco de desprecio, que esas cosas no pasaban en Europa. Desde una posición de poder material, los norteamericanos, o de un poder cultural, los europeos, miran las cosas como son, desde los que saben cómo se nombran las cosas. Nosotros miramos desde como deberían ser y no desde el como son. Por eso nuestra mirada es revolucionaria en el mensaje. Nosotros todavía queremos cambiara al mundo, ellos ya no quieren: si el mundo está bien así…
Aquí en Alvar Mayor, como en El Peregrino de las Estrellas hay todo un pingpong reflexivo, filosófico, encuentros con el pasado, incluso con el propio pasado de los personajes.
Si, el juego de los espejos. Viejos trucos de la literatura que a mí me vienen bien para contar historias. Es como cuando en la radio toman una noticia de un diario y la comentan, vuelven a sus protagonistas y la convierten en una buena noticia. Yo trato de contar buenas historias y, si la misma no es original, por lo menos que lo sea el lugar donde transcurre, la forma en que están mezclados los ingredientes.
Los enigmas del PAMI me parece una lectura sobre el Proceso también. Los jubilados con su hambre surrealista, se comen la suela de los zapatos, chupan el piolín del salame. Los personajes vistos con una mirada muy tierna son, físicamente Enrique Breccia y vos cuando sean viejitos. La visión es poética y con un vuelo y una libertad de expresión de enorme pureza: un intelectual volviendo a “Anteojito” ¿Para qué haces Los Enigmas?
Para llenar seis páginas en una revista. Es muy difícil pensar.
Por ahí, en una aventura, aparece también Alberto Breccia
Si. Eso de meterse en el mundo de los viejos y los chicos siempre es una cosa fascinante. En general son muy desgraciados los chicos de nuestras historias. Y los viejos. También Charlie Moon era triste, melancólico. Una historia, de iniciación, en definitiva, que uno mismo ha pasado. La historia del crecimiento en medio de un mundo que parece absolutamente desconocido y donde se tienen muy pocos indicios de cómo es. El pequeño rey (en cambio) era un chico que iba a conquistar un reino. Una de Kipling.
Y El último recreo, también con dibujo de Altuna, donde los chicos estaban condenados a morir en cuanto les surja el deseo sexual…. Es también una historia de iniciación.
Yo creo que tienen que ver con todas las cosa que a uno le han hecho vivir, uno está impregnado de la vida que ha vivido.
¿Qué pasa cuando vos terminas el primario y entras al secundario…? Esa etapa preadolescente tuya… ¿Qué cosas suceden a tu alrededor? ¿No es el golpe?
Claro. Yo terminé el primario el año que cayó Perón. Un año bravo en que la vieja iba a buscarme porque tiraban bombas. Íbamos a ver los cráteres de las bombas. Yo creo que lo que uno escribe tiene que ver con todas esas cosas, pero El último recreo tiene un final feliz, de todos modos. Ahora Mandrafina tiene un guión donde los chicos son cruelmente grandes, andan con ropa de grandes, asesinan y todo. Por ejemplo: tiran un tiro con los dedos pero el otro se cae muerto de verdad. Lo que pasa, pasa en la realidad.
Con Mandrafina, en Serie Muda, encuentras la síntesis de la imagen de lo que vos escribes como autor. Mandrafina es tu realizador en imágenes de lo que vos creas sin necesidad de diálogos. Es una suma muy fértil.
Siempre me dijeron: “Al final el único que trabaja es el dibujante, porque no hay ni un globito”. Da mucho trabajo para un guionista hacer una historia. Primero por hay que sentirla.
Y además toda esa imagen de Palermo que vos tenias de pibe, ¿no?...Caballos, tranvías…
Que también la tiene Mandrafina, seguramente, aunque él era de más hacia el centro. Pero habremos visto pasar los mismos tranvías, las mismas series en la parroquia, ésas que te enganchaban parar que tomaras la comunión la semana que viene y te dejaban con la película sin terminar. Esas de doce capítulos en que la diligencia se iba al abismo y en el capitulo siguiente en realidad la salvaban cien metros antes de adonde había llegado en el episodio anterior. ¡Te mentían alevosamente!
Ahí tenías también El Gordo y el Flaco…
Claro, las cosas de cine mudo. Uno ha visto a Chaplin en la parroquia…
Todo ese mundo, esos villanos… Una recreación gloriosa. Sin embargo, si bien revalorizan la visión poética infantil en su mejor acepción, también tienen una lectura cruel: el tipo mata a la mina dentro de la galera porque no “la puede”; o el último que queda con la bomba en la mano es el chico y la bomba explota de verdad. Es una lectura a partir de la realidad, con un sentido doloroso de la vida casi tanguero.
Y, bueno: algo debe haber de tango en las cosas que uno hace, porque hemos mamado algo de eso. Pero en definitiva lo que hacíamos era contar historias del cine mudo y ponerles un ingrediente de realismo: si yo le pego un tiro lo mato, no lo chamusco…Porque en el cine mudo por ahí pasaban esas cosas y uno, que era chico decía: “Esto no puede ser, si se le cayó una pared en la cabeza no puede salir tan tranquilo”.
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