El Génesis según Crumb
POR ÁLVARO PONS
El dibujante realiza una lectura rigurosa, insólita y exquisita del texto bíblico
El nombre de Robert Crumb aparece ineludiblemente unido a conceptos como provocación, rebeldía, underground... Lógico si atendemos a uno de los autores más importantes de la historia, impulsor de una forma adulta de entender la historieta que nace de la contracultura para lanzar un mensaje siempre iconoclasta y provocador. Es imposible comprender el cómic actual sin fijarse en la acción catalizadora de las revistas que fundara, como Zap en los años sesenta o Weirdo en los ochenta. Pese al aislado ermitañismo que practica en el sur de Francia desde hace casi dos décadas, su figura sigue siendo un icono reconocible y fundamental de la rebeldía cultural, que hace esperar sus nuevas contribuciones con ansiedad, sobre todo tras un silencio de casi un lustro.
Una trayectoria vital y artística que hace cuanto menos sorprendente ver su firma en una adaptación literal del Génesis bíblico. El seguidor habitual del autor podía esperar una mordaz crítica del primer libro del Pentateuco -no sería la primera vez que el americano parodiaba pasajes bíblicos-, pero lo que va a encontrar es una rigurosidad extrema en la traslación del texto original, en la que la exhaustividad del trabajo de documentación sobresale en cada viñeta. No hay ni la más mínima intención paródica o crítica, al contrario: desde el prólogo, el autor deja claro que sus intenciones son puramente ilustrativas, un reto personal con el que demostrar que más allá del provocador creador underground hay un dibujante superdotado, capaz de traducir un texto tan complejo como el elegido a un relato fluido, trasladando al lector la fascinación por un libro que es capaz de aglutinar en sus páginas toda la tradición religiosa de siglos, desde las civilizaciones sumerias y babilónicas a la egipcia, en un complejo ejercicio de dominio de la narrativa que debe cumplir un impuesto doble papel, el ya conocido de ser invisible al lector y, además, el de cumplimiento de ese contrato previo de respeto al texto que el autor declara en el prólogo. Pero esa aparente asepsia tiene quiebros: Crumb opta por dotar a sus personajes de sutiles matices, de una gestualidad y expresividad inexistente en los versículos originales que logra que los personajes supuren vitalidad a través de la fuerza del dibujo, con bellísimas páginas que impactan a un lector que se implicará en un texto teóricamente conocido, pero que aparece en una lectura completamente novedosa y casi insólita al estar desprovista de ese grueso manto de edulcoración que años de versiones aligeradas, adaptadas o interpretadas habían tejido. Paradójicamente, esa exquisita y rigurosa literalidad resulta ser la mayor de las provocaciones y este Génesis se salda con un doble triunfo para Crumb: por un lado, como certificación innecesaria de su inmensa calidad como dibujante; por otro, demostrando que su sola firma actúa de revulsivo para las conciencias de muchos. Su versión del Génesis bíblico es, sin duda, una experiencia apasionante para el lector.
El País. 12 de diciembre del 2009.
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