Por Gabriel Zárate
La Araña No: Recopilación integra de las aventuras del personaje emblemático de la revista Si, aparecido en su suplemento No en 1987. En un mundo de insectos (que es un vivo retrato del grave momento político y social que el Perú atravesaba a finales de la década del 80) surge la Araña No. Es un problemático héroe urbano: un justiciero desafortunado en el amor y con graves penurias económicas, pero sobretodo, un honesto e integro policía, con una firme conciencia crítica sobre el sistema que debe defender y que lo conduce a discrepar y a rebelarse con las prácticas corruptas de su superior (el jefe Torito) y que siempre está dispuesto a enfrentarse al abuso y al crimen. El terrorismo, el narcotráfico, la tortura y corrupción policial son algunos de los temas tratados y vinculados a la actualidad conflictiva del país (y a la reiterada temática del autor: la defensa irrestricta de los derechos humanos). Su leal ayudante, el ingenuo adolescente Robín (obsesionado por convertirse en un héroe de historieta) proyecta su evolución de personaje secundario a coprotagonista de la historieta; el cual, en base a una mezcla de torpeza y valentía, le proporciona a la historia una divertida cuota de sano humor y de aventura juvenil y romántica con sus enredados amores colegiales. La Araña No, noble y tierno personaje, envuelto en confrontaciones hilarantes debido al carácter paródico de sus malvados adversarios, culmina siempre con un desenlace positivo: el bien termina venciendo pero con una mirada sarcástica de su propia victoria pírrica. Reproducimos la gestación de la Araña No narrada por el propio autor en su blog personal.
La arañita comenzó a vivir en el verano de 1987. César Hildebrandt me había llamado unas semanas atrás para que me encargase del suplemento “¡No!”, de la revista “Sí” que estaba por nacer. Carlos Maraví era el dueño de la publicación, el hombre que ponía la plata para un proyecto ambicioso: Tener una revista importante. Las oficinas estaban en el edificio de Capeco. Allí encontré a gente que conocía de otras aventuras periodísticas, como Ricardo Uceda, Toño Cisneros, Víctor Hurtado… Pero no conocía a la mayoría de reporteros, una nueva generación, chicas bonitas, y también jóvenes que bailaban al son de Los Prisioneros, como Oscar Malca, o veteranos fogueados en el periodismo de investigación como Edmundo Cruz. Hildebrandt estaba convocando a un equipazo, dispuesto a crear la mejor revista nacional. No era una tarea fácil, estaba la consolidada “Caretas” con su estilo ágil y su toque de creatividad y buen humor. Hildebrandt había concebido al suplemento “¡No!” como un valor agregado, una revista dentro de otra revista. Este suplemento era lo mío. Convoqué a los mejores humoristas gráficos y literarios de entonces, mis amigos de “Monos y Monadas” y “El Idiota”, además de otros con peso propio. La mayoría de los dibujantes aceptó: Alonso Núñez, Darko Dovidjenko (Dare), Estuardo Núñez (Til), Pepe Sanmartín (PP), el pintor Juan Pastorelli, también Heduardo, que se retiró pronto (estaba en “Caretas”). No aceptó Carlín. Lorenzo Osores estaba en la China y no pude contactarlo. Entre los escritores estaban Rafo León (“Caín y Abel”), Fedor Larco (“Historia del Mundo y de los Peruanos”), Lucho Freire (“Hola Loco”), China Zöllner (“Miss Elania”), al comienzo Guillermo Giacosa. El proyecto me pareció un desafío también en términos personales. Mis experiencias colectivas anteriores se habían dado en publicaciones de las que uno se sentía dueño, aunque en rigor no lo fuese: “Monos y Monadas”, “Marka”, “La Calle”, “El Diario de Marka”, “El Idiota”… Uno caminaba en sus locales como si fuera su casa. En “Sí” la empresa era de Maraví, a quien no veíamos con frecuencia ni era, claro, uno de los nuestros, sino un empresario exitoso. Esos guachimanes bien armados que cuidaban el local y a Hildebrandt tampoco eran de los nuestros, no los habíamos tenido jamás en los otros trabajos. La empresa Río Blanco, que editaba “Sí”, era una empresa capitalista y eso me pareció interesante, había que aprender a desempeñarse en ese marco. Trabajar con César Hildebrandt, haciendo una revista de humor, no era lo que se dice algo “ligth”. Con el suplemento “¡No!” él tenía una relación en dos tiempos: No se metía mientras lo elaborábamos, pero en cuanto se publicaba me llamaba a la dirección y atacaba sin piedad casi cada producto. Mi tarea era defender el trabajo de mi gente. La edición, felizmente, comenzaba lejos de la revista, nos reuníamos en mi casa y de allí cada uno partía a dibujar o escribir en su casa. En la relación con Hildebrandt hubo muchos momentos tensos, pero, con todo lo dicho, nos dejó hacer y eso se agradece. La Araña No debe su nombre al suplemento “¡No!”. Quise un personaje que representara al suplemento, pero no sabía qué sería, si un perro, gato, persona o cosa. Estaba en esas cuando una arañita, de las que llaman papamoscas, saltó entre los libros que tenía sobre el escritorio y decidí que el personaje estaba allí, sería una araña. La dibujé como una pelota negra con patas, más fácil no podía ser. Acordamos con Pepe Sanmartín que él utilizaría la figura de esta arañita en la diagramación y en viñetas de humor que aparecerían dispersas en la publicación. Yo la haría en historieta. Lo de PP duró cinco ediciones, mi historieta duró cuatro. Después la retomé y se extendió varios años. La Araña No sobrevivió a la revista “Sí”, y aún al diario “El Mundo”, donde estuvo en 1995. Las primeras aventuras se publicaron a razón de una página por semana, después subió a dos, y en “El Mundo” llegó a una página diaria. Puedo recordar ahora cómo nació, en la casa de Pueblo Libre, de noche. Vi durmiendo a mis hijos Juan Francisco y Gabriel, partí de ese cariño, como si la hiciese para ellos y para muchos niños como ellos…
Juan Acevedo.
La Araña No: Recopilación integra de las aventuras del personaje emblemático de la revista Si, aparecido en su suplemento No en 1987. En un mundo de insectos (que es un vivo retrato del grave momento político y social que el Perú atravesaba a finales de la década del 80) surge la Araña No. Es un problemático héroe urbano: un justiciero desafortunado en el amor y con graves penurias económicas, pero sobretodo, un honesto e integro policía, con una firme conciencia crítica sobre el sistema que debe defender y que lo conduce a discrepar y a rebelarse con las prácticas corruptas de su superior (el jefe Torito) y que siempre está dispuesto a enfrentarse al abuso y al crimen. El terrorismo, el narcotráfico, la tortura y corrupción policial son algunos de los temas tratados y vinculados a la actualidad conflictiva del país (y a la reiterada temática del autor: la defensa irrestricta de los derechos humanos). Su leal ayudante, el ingenuo adolescente Robín (obsesionado por convertirse en un héroe de historieta) proyecta su evolución de personaje secundario a coprotagonista de la historieta; el cual, en base a una mezcla de torpeza y valentía, le proporciona a la historia una divertida cuota de sano humor y de aventura juvenil y romántica con sus enredados amores colegiales. La Araña No, noble y tierno personaje, envuelto en confrontaciones hilarantes debido al carácter paródico de sus malvados adversarios, culmina siempre con un desenlace positivo: el bien termina venciendo pero con una mirada sarcástica de su propia victoria pírrica. Reproducimos la gestación de la Araña No narrada por el propio autor en su blog personal.
La arañita comenzó a vivir en el verano de 1987. César Hildebrandt me había llamado unas semanas atrás para que me encargase del suplemento “¡No!”, de la revista “Sí” que estaba por nacer. Carlos Maraví era el dueño de la publicación, el hombre que ponía la plata para un proyecto ambicioso: Tener una revista importante. Las oficinas estaban en el edificio de Capeco. Allí encontré a gente que conocía de otras aventuras periodísticas, como Ricardo Uceda, Toño Cisneros, Víctor Hurtado… Pero no conocía a la mayoría de reporteros, una nueva generación, chicas bonitas, y también jóvenes que bailaban al son de Los Prisioneros, como Oscar Malca, o veteranos fogueados en el periodismo de investigación como Edmundo Cruz. Hildebrandt estaba convocando a un equipazo, dispuesto a crear la mejor revista nacional. No era una tarea fácil, estaba la consolidada “Caretas” con su estilo ágil y su toque de creatividad y buen humor. Hildebrandt había concebido al suplemento “¡No!” como un valor agregado, una revista dentro de otra revista. Este suplemento era lo mío. Convoqué a los mejores humoristas gráficos y literarios de entonces, mis amigos de “Monos y Monadas” y “El Idiota”, además de otros con peso propio. La mayoría de los dibujantes aceptó: Alonso Núñez, Darko Dovidjenko (Dare), Estuardo Núñez (Til), Pepe Sanmartín (PP), el pintor Juan Pastorelli, también Heduardo, que se retiró pronto (estaba en “Caretas”). No aceptó Carlín. Lorenzo Osores estaba en la China y no pude contactarlo. Entre los escritores estaban Rafo León (“Caín y Abel”), Fedor Larco (“Historia del Mundo y de los Peruanos”), Lucho Freire (“Hola Loco”), China Zöllner (“Miss Elania”), al comienzo Guillermo Giacosa. El proyecto me pareció un desafío también en términos personales. Mis experiencias colectivas anteriores se habían dado en publicaciones de las que uno se sentía dueño, aunque en rigor no lo fuese: “Monos y Monadas”, “Marka”, “La Calle”, “El Diario de Marka”, “El Idiota”… Uno caminaba en sus locales como si fuera su casa. En “Sí” la empresa era de Maraví, a quien no veíamos con frecuencia ni era, claro, uno de los nuestros, sino un empresario exitoso. Esos guachimanes bien armados que cuidaban el local y a Hildebrandt tampoco eran de los nuestros, no los habíamos tenido jamás en los otros trabajos. La empresa Río Blanco, que editaba “Sí”, era una empresa capitalista y eso me pareció interesante, había que aprender a desempeñarse en ese marco. Trabajar con César Hildebrandt, haciendo una revista de humor, no era lo que se dice algo “ligth”. Con el suplemento “¡No!” él tenía una relación en dos tiempos: No se metía mientras lo elaborábamos, pero en cuanto se publicaba me llamaba a la dirección y atacaba sin piedad casi cada producto. Mi tarea era defender el trabajo de mi gente. La edición, felizmente, comenzaba lejos de la revista, nos reuníamos en mi casa y de allí cada uno partía a dibujar o escribir en su casa. En la relación con Hildebrandt hubo muchos momentos tensos, pero, con todo lo dicho, nos dejó hacer y eso se agradece. La Araña No debe su nombre al suplemento “¡No!”. Quise un personaje que representara al suplemento, pero no sabía qué sería, si un perro, gato, persona o cosa. Estaba en esas cuando una arañita, de las que llaman papamoscas, saltó entre los libros que tenía sobre el escritorio y decidí que el personaje estaba allí, sería una araña. La dibujé como una pelota negra con patas, más fácil no podía ser. Acordamos con Pepe Sanmartín que él utilizaría la figura de esta arañita en la diagramación y en viñetas de humor que aparecerían dispersas en la publicación. Yo la haría en historieta. Lo de PP duró cinco ediciones, mi historieta duró cuatro. Después la retomé y se extendió varios años. La Araña No sobrevivió a la revista “Sí”, y aún al diario “El Mundo”, donde estuvo en 1995. Las primeras aventuras se publicaron a razón de una página por semana, después subió a dos, y en “El Mundo” llegó a una página diaria. Puedo recordar ahora cómo nació, en la casa de Pueblo Libre, de noche. Vi durmiendo a mis hijos Juan Francisco y Gabriel, partí de ese cariño, como si la hiciese para ellos y para muchos niños como ellos…
Juan Acevedo.
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