viernes, 22 de mayo de 2015

Entrevista a Luciano Saracino: “La historieta a mí es la que me financia el alma, así que todavía quedan varios cuadritos y viñetas para seguir contando” (Primera Parte)


Por Gabriel Zárate

Compartimos la entrevista realizada en Buenos Aires, durante el pasado septiembre del 2014, al polifacético guionista y escritor argentino Luciano Saracino (1978), uno de los creadores más notables de su prodigiosa generación, de la historieta argentina, además de novelista infantil, guionista de televisión, de films de animación y un triunfador internacional. Una de las producciones más variadas y valiosas de la narrativa secuencial es el excepcional aporte del gran Luciano Saracino  a quien le damos las gracias infinitas por atendernos y concedernos su valioso tiempo e  infinita paciencia. ¡Lucho, abrazo enorme! 

La serie televisiva “Germán Últimas Viñetas” ha tenido una gran repercusión en Argentina y en tu carrera como guionista. Para elaborarla, revistaste  el íntegro del material de Oesterheld  y, según tus palabras,  desarrollas “la historia de un tipo en conflicto entre sus ideales y sus necesidades económicas”.  Eso me hace recordar el concepto de aventura como disyuntiva ética para Oesterheld, que tan bien señala Juan Sasturain. Al final embarcaste a Oesterheld como protagonista de su propia dimensión problemática plasmada en la historieta. ¿Cómo surge esta central idea donde la vida del creador termina imitando su propia obra?

Hay un momento, considero yo, en que cada creador que trabaja elaborando historias tiene que enfrentarse a esta disyuntiva. ¿A qué me refiero? A que una cosa es escribir y otra es vivir de la escritura. Cuando uno escribe le hace caso único a sus sueños; uno va detrás de la historia perfecta, intenta buscar el desarrollo ideal para cada relato. Pero cuando uno tiene que vivir de escribir (porque hay que pagar las cuentas, están los hijos, comprar pañales, las cuotas de todo) ya los sueños comienzan a mezclarse con las necesidades concretas. Me pasó a mí: tenía que empezar a trabajar escribiendo cosas que quizá nunca hubiese escrito si yo tuviese dinero por sí mismo. Tuve que aceptar esos trabajos para poder vivir y no para cumplir mis sueños, que es el de contar la historia perfecta. Ahí comencé a preguntarme si a todos les había pasado lo mismo en algún momento de su vida.

Hablé muchísimo con Carlos Trillo de esto, y él me dijo: “Míralo a Oesterheld, habiendo sido todo lo que fue, tuvo que escribir en una circunstancia complicada en editoriales que no cerraban ideológicamente con él”. Eran editoriales que le servían para pagar el puchero, pagar la militancia política, pues era un militante en un tiempo en que tenía que jugarse el pellejo y la economía por la militancia. Había gente que entregaba su apartamento, financiaban con lo que no tenían el movimiento político al que pertenecían. Era otro mundo y esta cuestión de Oesterheld  como aventurador de su última aventura a mí me parece fascinante. Lo plantea muy bien  Juan Sasturain: cómo al final de su vida Oesterheld  decidió volverse un personaje de sus historias, resuelve emprender el camino de la aventura y no del narrador que describe las aventuras.

Oesterheld se convierte de alguno modo en Pike, aquel personaje que contó tantas historias y que está inspirado a su vez en Pyle, un corresponsal de guerra que se dedicaba a contar la guerra y muere del modo más absurdo, luego de la guerra, con un francotirador que dispara un solo tiro y mata, de todos los que venían en el jeep, al que se dedicaba a contar y no a luchar. Es Pyle  quien acaba siendo una de las victimas de sus narraciones. Oesterheld termina siendo el héroe de su propia aventura.

Me interesaba la disyuntiva que hay entre el contar y el necesitar contar. Hay un momento en la escritura donde la narración te toma la vida. Hubo un momento en que yo ya no escribía: me había vuelto escritor. La escritura como entidad se apoderó de todo. En ese momento, yo ya no fui más lo que era; me había vuelto otra cosa. Me había vuelto escritor y debía responder a esa entidad que es “la escritura”, que puede ser fantástica o aterradora. Es como estar poseído por varios demonios. Algunos son preciosos, son mujeres a quienes les hacemos el amor y nos fascinan cada vez. Otros son monstruos que te comen por dentro. Lo que conté en “Germán Últimas Viñetas” es un poco eso; esa cosa maravillosa que tenía mi Germán con los personajes de ficción que se iban apareciendo en su vida real; lo fantástico de su magia, su inspiración… y también este demonio, el monstruo que es escribir para poder comer.

Sobre Héctor Germán Oesterheld tengo la impresión que en Argentina la imagen símbolo del militante desaparecido durante la dictadura militar ha opacado al guionista. ¿Piensas que el éxito  de la serie está relacionado con ello? Salvo “El Eternauta” ¿qué tan masiva es el resto de la obra de Oesterheld? ¿Dirías que buena parte de su extensa producción es desconocida por los lectores argentinos? Recordemos que el 2012 se cumplieron los 50 años de Mort Cinder y el aniversario pasó prácticamente desapercibido.  

Sí, creo lo que vos decís. Pensemos que, inicialmente, Oesterheld era un autor popular en las revistas que escribía: Hora Cero, las de Editorial Frontera, en su conjunto eran revistas que salían para la masa. Las compraban 50 mil, 200 mil lectores semanales. Él escribía pensando en un público enorme al que Jorge Luis Borges no tendría jamás acceso. Oesterheld para la generación de mi padre era un autor popular, como para mi generación lo fue Robin Wood, un autor para la masa y encima de una calidad sorprendente. También es el caso de Trillo.

Lo que pasó luego es que los autores dejamos de escribir para la masa (y cuando digo “masa” no hablo de manera peyorativa;  me estoy refiriendo a una gran cantidad de público ávido de buenas historias). Hubo un momento donde nos alejamos del lector y empezamos a escribir para nosotros mismos, por algún motivo que se me escapa. La historieta dejó de ser para los lectores y pasó a ser para los autores. Tiene cosas muy buenas eso, porque se accedió a un nivel artístico muy elevado. Pero desaparecieron esos 200.000 lectores que había antes. El Tony vendía millón y medio de ejemplares mensuales y eso era ser popular. ¿Somos, los autores actuales, causa o consecuencia de todo esto? No lo sé. Verdaderamente no me lo puse a pensar demasiado.

Oesterheld, en ese camino, dejó de ser una figura leída y pasó a ser una figura reconocida en tanto nombre, como lo es Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Raymundo Gleyzer. ¡No sé hasta qué punto el cine de Gleyzer es visto por las masas!, ¿Conti es leído por la gente, Rodolfo Walsh es conocido en profundidad? Del mismo modo ocurre con Oesterheld.

Hoy en día el Eternauta es una figura emblemática, se lee en las escuelas, es posible que tenga muchísimos lectores, pero no Cayena, Sherlock Time, Mort Cinder, Ernie Pike, Lord Crack. Hay obras fantásticas como Watami, Nahuel Barros, Randall the Killer (inclusive en su última etapa Nekrodamus o Brigada Madeleine) que a mí me fascinaron cuando las leí. Algunas quedaron viejas, naturalmente. Tampoco hay obligación de conocer todo de Oesterheld. “Rolo, el marciano adoptivo” es una historieta que envejeció mal, a mi parecer. No es el caso del El Eternauta, Sherlock Time, Mort Cinder, Ernie Pike, Sgt. Kirk, Ticonderoga que se leen bien, son divertidas, se pueden leer entonces y ahora. La segunda parte de El Eternauta, por ejemplo, a mí cada vez que la leo me gusta más. 

¿Hoy es reconocido el nombre por sobre el autor? Sí. Hoy conocemos a Oesterheld como nombre. Se le puede poner a las escuelas el nombre de Oesterheld. Su obra, es cierto, no es tan reconocida como su nombre. Pero yo iría un poquito más allá: ¿en Argentina leemos lo suficiente a Borges, a Cortázar, a Arlt? No, ¿por qué deberíamos leer lo suficiente a Oesterheld? Son más conocidos sus nombres que sus obras.

Yo estoy seguro que mucha de la gente que nombra a Borges, Cortázar o Bioy Casares no lo han leído de punta a punta, y me incluyo en el grupo. Así que está todo bien, no pasa nada. Leamos lo que tenemos que leer y quedémonos con lo que tenemos que quedarnos. Que no se vuelva obligatorio leer a Oesterheld. Lo terrible, creo, no es que no se conozca a Oesterheld como autor. Lo terrible es que los autores no hayamos podido volver a seducir a una masa de lectores que estaba ahí. Eso, creo, es más peligroso que no leer Cayena, de Oesterheld.

En una entrevista afirmaste: “Hay un tema que me aburre un poco, que es el lugar academicista desde el que se ve a la historieta”. La historieta en forma progresiva se está convirtiendo en un objeto de estudio de la academia y esfuerzos como “Viñetas Serias” lo demuestran. Si la literatura o el cine son expresiones artísticas estudiadas por académicos ¿donde radican tus objeciones a que lo mismo ocurra con la historieta?

¿Alguna vez dije eso? ¡Qué incomodidad! ¿Dónde me metí?… Lo bueno de la vida es que puedes ir reafirmando conceptos, revalidarlos o contradecirlos porque vamos creciendo en tanto  vivimos. Yo no veo con malos que la Academia tome a la historieta y la estudie. ¿Cómo va a estar mal? ¡La historieta está ahí! ¡Hagamos con ella lo que nos venga en gana! Lo que posiblemente pase es que yo tengo todo un yeite con todo lo que es “la Academia”.  A mí me gusta más el sexo que la explicación del sexo. Si viene un anatomista y me explica la forma de tener sexo no creo que me seduzca demasiado (excepto que venga con fotitos). Lo que quiero es disfrutar del sexo, no pensarlo.

Cuando estudiamos demasiado la magia a la magia le vamos a ver los hilos. A la historieta, al igual que con el cine y todas las artes que se realizan para entretener, hacer pensar y crear almas sensibles, no le podemos quitar el lugar de la mirada húmeda, de la aventura, de lo sensible, de la poesía. A mí la historieta en la Academia, como los libros para chicos en el aula escolar, no me seducen tanto como esos mismos libros leídos en la plaza, en el patio de la casa del abuelo, con pibes que tengan las rodillas rotas, que se trepen a los arboles y se enamoren de su compañerita de banco.

Yo la historieta la leía de pibe como un lector apasionado, igual de adolecente y de adulto: como un lector que disfruta del comic por lo que el comic es. Pero existen, por suerte, academicistas e intelectuales que supieron encontrarle la vuelta y lograron tener como objeto de estudio la historia sin llenarla de esa pompa que tanto me asusta Ahí tenés, por ejemplo, a las “Viñetas Serias”, un congreso internacional absolutamente fantástico, lleno de ponencias interesantísimas. Incluso, algún día me encantaría dar una ponencia en el Viñetas. 

La gente que lo organiza son personas que valoro, aprecio y quiero muchísimo. Pero, para cerrar el asunto,  yo soy un lector de historietas de esos que leen en el baño, en la cama antes de dormirse, en la terraza cuando hay sol y quieres salir a tomarte un mate para leer. En los viajes me llevo siempre la mochila cargada. Para mí la historieta es eso, no es la explicación de en qué consiste la historieta… Por eso veo absolutamente valioso que haya gente que le aporte la mirada que yo no tengo. Por lo que te decía al principio. Para ayudarme a crecer. A cambiar de mirada. A revalidar. 

Luciano, practicas el guión (de historietas, animado, televisivo, fílmico) y la narrativa (infantil e ilustrada). Aparte eres docente de Guión y Narrativa en la Universidad de Palermo. ¿Cómo sintetizarías tu relación con la enseñanza?

En la Universidad de Palermo hace un tiempo que ya no doy clases. Lo hago, si, en Image Campus y en talleres que van apareciendo.  Me apasiona la docencia,  pero el tema es que hay que tener una agenda que te permita tener tiempo para enseñar, y yo estoy cubierto de viajes casi todo el tiempo. Me gusta mucho viajar, dedicarle un lugar importante a la ruta. Me inspira. Ponerme en movimiento me es imprescindible, especialmente porque paso la mayor parte del tiempo sentado, escribiendo. Así ocurre que cuatrimestres enteros no puedo dar clases porque estoy de viaje. Entonces si tuviese que dar clase tendría que decir que no a los viajes, cosa que me dolería muchísimo o tendría que faltar mucho a las clases, que también me dolería. Así, y para amigar estos dos aspectos que amo, un cuatrimestre viajo y otro no viajo. Un cuatrimestre doy clase y otro no doy clase.

¿Te  despierta pasión la enseñanza?

Sí. Hubo un momento en mi vida en que me dieron ganas de agradecer todo lo que me estaba pasando: ¡Esto es grande, es lindo, estoy viviendo de contar historias, la verdad es fascinante! ¿Cómo lo agradezco? A mí nadie me contó ningún secreto nunca. A mí nadie me dijo cómo era. Tuve que caminar solito para arriba, y me costó muchísimo. Entonces, si yo pudiese colocar un granito de arena para que a un futuro autor se le haga más fácil el recorrido o que consiga algún acceso… A veces las clases para lo único que sirven es para que al final del cuatrimestre le brinde a los chicos un dato para una editorial o una llave para abrir alguna puerta. Por supuesto que hablamos de narrativa todo el tiempo, durante todas las clases. De recorrer el camino del héroe, de cómo contar una historia, tratar una idea. De cuentos, películas, novelas. Trabajamos eso, pero lo importante es hablar del asunto. “Mira; te cuento como lo hago yo. Que no es como lo hace Stephen King, Diego Agrimbau, Robin Wood, cada uno lo hará de un modo diferente. Te voy a contar como lo hago yo y eso ya de por si es válido porque es uno de los tantos modos y vos después vas a querer elegir”.

La idea es compartir lo que uno sabe…

Compartir lo que conozco. Eso me parece que es el modo más lindo de retribuir todo lo bueno que me ha ocurrido en este tramo.  Siempre te encuentras en estos grupos con algún muchacho o una chica que sabes que va a terminar siendo colega… y eso es fascinante.

¿Piensas que la historieta forma parte de la literatura o la percibes como narrativa gráfica, donde lo central es la imagen secuencial? Te lo pregunto porque tú dominas la novela y el guión en todas sus variedades.

La historieta para mi es literatura. Durante mucho tiempo se habló de que era una puerta para ingresar a la literatura. Que era una posibilidad inicial de que el niño, luego, acceda a los libros. No, la historieta es literatura. Luego que haya buena o mala historieta no quiere decir que la historieta no sea validada como literatura. Hay mala novela, mala poesía y nadie les niega su lugar dentro de la literatura. Tiene, la historieta, un modo de contarse que es especial, que hay que respetarlo, vinculado con lo narrativo. Ahora, narrar significa la existencia de ese otro que está ahí. Uno narra no cuando uno cuenta, sino cuando al narrar estás poniendo en evidencia de que existe un lector. 

La historieta es, ante todo, un medio narrativo de comunicación. ¿Qué significa eso? Que no podemos hacer historieta sin pensar en que se escribe y se dibuja para quien está leyendo. Al ser un género narrativo nunca excluye al espectador, al lector. Es como el cine que, de por sí, en su concepción incluye a quien observa. Los planos, los modos de contar, dónde ponemos la cámara,  todo está pensado para que el otro lo entienda. Que quien está ahí, sentado, mirando, pueda comprender cómo se cuenta. En la historieta justamente ello es vital: se le escribe a ese otro. Justo estaba viendo una cuestión más extrema aún, tengo la sospecha de que quien termina la escritura de una historieta es el lector, porque es quien decide cuánto tiempo dura cada viñeta.

Eso en casi todos los demás medios narrativos de comunicación lo decide el autor. El director de cine sabe cuánto dura cada plano y maneja la dinámica del desarrollo teniendo aquello en cuenta. En una novela vos directamente con el silabeo de la frase y con frases cortas y frases largas estás llevando al lector de la mano casi de manera consiente para que el ritmo de lectura sea tal o cual. En un comic eso no lo puedes hacer, existen ciertas técnicas para que una viñeta señale la próxima, para que pases rápido… pero si el lector quiere detenerse contemplando una hormiga dibujada en la viñeta y se queda mirándola veinte minutos vos no podes decidir que pase rápido al siguiente cuadro. Me parece fascinante, aquello.

Sobre la forma de lectura, el gran autor francés Pascal Rabaté comentó su experiencia: Al empezar como historietista y luego convertirse en cineasta, adaptando un comic suyo, recién se dio cuenta que la forma de lectura del comic está más cercana a la novela justo por lo que señalaste, por el tiempo que el lector le otorga al texto.

Sí, creo eso y por ello me gusta tanto la historieta. Yo, de hecho, soy más lector que observador. Yo no me detengo demasiado en los dibujos de la historieta, yo voy al texto. Por supuesto que el dibujante tiene un lugar preponderante dentro de una historieta, pero mientras más viejo me pongo más importancia le doy al texto (y con esto no estoy diciendo que le estoy dando menos importancia al dibujo, por supuesto). Mientras mejor sea el dibujante mejor será la historieta. Pero sin un buen texto es imposible. Y con “texto” me refiero a la historia, la idea, el diálogo… y los dibujos, por supuesto. En una historieta (y en los libros álbum) dibujar es escribir.

Digamos que tu concepto de texto y lenguaje es mucho más amplio, pues incluye la imagen… 

Si, lo veo como un conjunto en el que nada puede quitarse….

Luciano, te formaste como lector de historietas desde muy temprano. También siendo muy joven empezaste a escribir ¿En qué momento se produce el giro a la narrativa infantil y cuándo te das cuenta que podías dedicarte a la escritura para niños como un oficio consolidado, escribiendo libros con gran talento? ¿Dónde piensas que radica el éxito de un autor para compenetrase con un lector que es un niño, sujeto con una percepción tan peculiar del mundo?

Te diré que las cosas se fueron dando de manera casi natural. En mi caso fue algo medio raro, el recorrido. Al principio quería ser Stephen King: un novelista de historias de terror y escribir sobre fantasmas y esas cosas. Después devine poeta para intentar seducir a alguna chica porque la cara no me favorecía. Utilizaba estas armas que tenía, que son la palabra, para iniciarme en el mundo de las señoritas. Fracasando rotundamente, se entiende. Y fue a instancias de dos dibujantes, Poly Bernatene y Sebastián Barreiro, que entro en el mundo de la narrativa para chicos.

Lo que primero apareció de modo profesional fueron los libros para chicos, que se empezaron a publicar en casi todo el mundo de manera instantánea. Publiqué, en aquellos años de juventud, dos o tres libros para chicos que se editaron en decenas de idiomas. Fue una locura. Pasó tan rápido… Con eso, y algún premio que gané en Europa, pude empezar a dedicarme a escribir. 

La que hacés es una pregunta interesante: ¿cómo se hace el link con el niño? ¿Cómo escribir libros para chicos? Creo que lo fundamental es tomar al chico como lo que el niño es: un sujeto existente de por sí. Un sujeto completo. No es un adulto en formación. El niño es un niño y punto. Está viviendo ese momento único e irrepetible que es la infancia y no se percibe él mismo como un eslabón de una cadena que lo llevará en breve a convertirlo en otra cosa. Yo soy un adulto y no soy un anciano en formación. Vivo mi adultez como mi todo, y tengo a mi infancia como parte de ese todo. Cada instancia de la vida es única e irrepetible y hay que hablarle a cada instancia como lo que es. Cuando le hablo a mi hija, a los hijos de mis amigos, los trato como lo que son: niños.

En mis cuentos es lo mismo; trato a los lectores como lo que son. Con toda la responsabilidad que ello conlleva. Y creo que puedo hacerlo en un lenguaje medianamente sincero porque tengo a mi “niño” bastante cerca. Sé qué le gustaba a mi pibe, lo que le encantaba leer, lo que hacía. Lo recuerdo claramente y hay un momento de la adultez en que, por necesidades vitales, tenemos que alejarnos del “niño” y dedicarnos a cumplir horarios, viajar en hora pico en el subte, usar corbata. Tenemos que alejarnos del “niño” porque nos molesta. Porque nos va a mirar de una manera tremenda, nos va a echar la culpa de que no seguimos jugando. De que lo traicionamos. Cuando abandonamos el juego, es posible que nuestro “niño” nos odie… y por eso lo olvidamos.

Nosotros, los loquitos, los escritores, los dibujantes, los bailarines, los que jugamos todos los días, nuestro “niño”  a la noche no nos crítica tanto. Nos reta cuando nos mandamos alguna cagada, cuando no llegamos a trabajar bien un relato, cuando traicionamos lo más sagrado. Pero todavía está contento, nuestro “niño”. Al menos el mío lo está casi todo el tiempo. Yo me dedico a hacer lo que de niño amaba, así que el Lucianito chiquito cada tanto me agradece. Creo que sé cómo contar cuentos porque se lo pregunto a él. El enlace es directo. Todavía tengo mis libros en la biblioteca de cuando era pibe. Simplemente es volver a leerlos y recordar qué sentía cuando leía cada cosa e intentar reproducirlo. 

¿Piensas que es una cualidad que pocos autores tienen el poder de compenetrarse con ese niño?

Creo que el autor debería estar obligado a compenetrase con ese niño. No se podría ser autor si le cerramos las puertas a nuestro niño. De hecho, los autores que conozco, que son varios porque nos vamos juntando en el camino, son grandes creadores porque todavía son unos excelentes niños. Saben seguir siendo niños en su adultez. Yo soy adulto, no soy un niño. Sin embargo Lucianito esta cerquita. Y me mira.

Después de varios libros de historietas editados en Francia, España y Argentina en octubre del 2012 salió publicado “Ometepe”,  con guión tuyo y dibujos de Javier de Isusi, publicado por  Astiberri Ediciones (España) quizá tu obra que despierta mayor expectativa. ¿Dónde radica el salto cualitativo de “Ometepe” respecto a tu anterior producción de historietas?, cuando lo peculiar de esta obra recopilatoria, es que se forjó durante casi 10 años. ¿Quizá esté en su origen mismo, la experiencia de visitar Nicaragua?

“Ometepe” es una obra que yo quiero muchísimo por un montón de motivos diferentes. Está pensada directamente para un público adulto, sin embargo no está exenta de sirenas, duendes, hadas, dragones y magia. Está todo lo que plasmo en mis libros para chicos… pero contado para adultos. No es porque haya sexo (que lo hay) que haya sangre (que la hay) que esté impregnada de política (que la está) sino porque el modo de contar está narrado para un hombre que ha atravesado cierto recorrido y que se le pude describir ciertas instancias de la historia sin tener que cuidar palabras, utilizar metáforas e ir por recovecos. Es un libro para adultos que tienen su niño cerca, siguiendo con lo que hablábamos más arriba.

“Ometepe” nace en Nicaragua. Con Javier de Isusi, que es el dibujante, nos conocimos en la isla de Ometepe en Nicaragua hace muchos años. Diría que ese encuentro fue fundamental. Yo era el poeta que recorría el mundo contando poesías y él un arquitecto que intentaba buscar alguna excusa para volverse historietista. Nos cruzamos y subimos uno de los dos volcanes de la isla de Ometepe, que en realidad son las dos tetas de una diosa que cuando muere cae de espaldas y quedan sus pechos fuera del agua. Subiendo uno de esos volcanes, ¡una teta gigantesca de una diosa fantástica!, los dos nos prometimos que íbamos a hacer todo lo posible para cumplir nuestro sueño de ser historietistas.

Subimos él arquitecto y yo poeta y bajamos siendo historietistas. Así de fácil. Hoy Javier de Isusi es uno de los nombres más importantes del comic español y yo vivo de hacer historietas, de contar historias con globitos y cuadritos. Por eso “Ometepe” para mí es fundamental. Porque se trata de lo fundacional. Donde nació todo. Es un libro en donde relatamos los cuentos que nos contaron en la isla donde justo comenzó nuestra propia historia y, justamente por eso, se nota que está dibujada con el alma por Javier de Isusi y escrita con el alma por mí. Vuelvo a decir, en “Ometepe” pongo los ingredientes que le pongo a todas mis historias. Allí está todo lo que yo quiero contar, y me siento orgulloso de haber logrado esta historia. Se publicó en España por Astiberri y en Francia por Rackham. Tengo muchas ganas de viajar a Nicaragua alguna vez para presentarlo porque ahí cerraría el círculo de una manera perfecta. 

Entrevista a Luciano Saracino (Segunda Parte)

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