domingo, 18 de enero de 2015

Los supervivientes del “Charlie Hebdo”, como enfrentaron el reto de publicar la edición especial de semanario satírico, después del atentado terrorista islámico, trabajando en el diario “Libération”


Por Isabelle Hanne (Libération): En total, la mesa de redacción de Charlie Hebdo habrá durado más de tres horas. Y es que aparte de la maqueta, de los temas, de las horas límite, ese viernes por la mañana también había que hablar de los muertos, los heridos, los homenajes, los funerales. La sala con el ojo de buey donde habitualmente realiza su reunión diaria Libé, está ocupado ahora por los supervivientes del semanario satírico. La habitación, iluminada desde un lado por una gran ventana redonda, tiene la calefacción demasiado alta y a la vez está abierta a los cuatro vientos para permitir que se volatilice el humo de los cigarrillos.

Reunidos alrededor de la gran mesa redonda, con ordenadores prestados por el grupo Le Monde. Sentados en círculo, Willem, Luz, Coco, Babouse, Sigolène Vinson, Antonio Fischetti, Zineb El Rhazoui, Laurent Léger… En total, más de 25 personas, con caras grises y ojos hinchados, el núcleo duro, personas cercanas o colaboradores ocasionales, están aquí para preparar el próximo número de Charlie Hebdo. Debe salir el miércoles por la mañana y tendrá una tirada de un millón de ejemplares, es decir aproximadamente veinte veces más que su tirada habitual.

“He podido ver a todo el mundo en el hospital”. Gérard Biard, redactor jefe de Charlie, empieza con esto. “Riss ha sido herido en la espalda derecha, pero el nervio no está tocado. Desde luego le duele muchísimo. Lo primero que ha dicho es que no estaba seguro de si podemos continuar haciendo la revista”. Fabrice Nicolino, alcanzado por varias balas durante el atentado, “está mejor”, aunque “desde luego sufre mucho”. Patrick Pelloux, médico de urgencias y columnista de Charlie, explica entonces la herida en la mandíbula de otra víctima, Philippe Lançon, también periodista en Libé. Por otra parte, Simon Fieschi, su webmaster, ha sido sometido a “un coma inducido”. Una joven se derrumba. “No debes sentirte culpable”, la consuela Gérard Biard. Todo el mundo baja la cabeza en silencio. La que llora es la periodista Sigolène Vinson: estaba presente en la redacción en el momento del drama del miércoles, pero los agresores la dejaron con vida.

Biard se pone a hablar de los muertos. ¿Cómo organizar los funerales? ¿Y el homenaje nacional? ¿Con qué música? ¿Ni siquiera banderas? “No hay que meter un simbolismo que ellos mismos habrían detestado”, apunta alguien en la mesa. “Han matado a personas que dibujaban a gente humilde. Nada de estandartes. Hay que recordar la sencillez de estas personas, de su trabajo. Nuestros amigos han muerto, pero no los vamos a exhibir en la plaza pública”. Todo el mundo asiente.

Pedidos de suscripción: Una periodista explica que un bote, creado espontáneamente en internet por parte de desconocidos, ya ha recogido 98.000 euros en menos de 24 horas. Los supervivientes de Charlie están inundados por los pedidos de suscripción que de momento no consiguen gestionar. Pero muy pronto recibirán la ayuda del grupo Lagardère para este aspecto. El abogado de Charlie Hebdo, Richard Malka, toma la palabra. “De todas partes llega dinero. Ayudas, locales, personal para gestionar la demanda…” “Hemos recibido el apoyo de muchísimos medios de comunicación” agrega Christophe Thévenet, otro abogado de la revista. “Hay donativos, ya están los 250.000 euros a través de la asociación Presse et pluralisme, el millón de euros prometido por Fleur Pellerin… ¡En Charlie tendréis unas finanzas como nunca antes!” De eso entiende algo el abogado: es él quién creó los estatutos del periódico y que coordinaba sus asambleas generales. Estos últimos meses, el semanario había hecho un llamamiento para recibir donativos para intentar reflotar sus cajas, en mala situación.

“Bien, ¿hacemos el periódico?” pregunta Gérard Biard, que tiene obvias ganas de atacar el asunto. “¿Qué metemos en las páginas?” “No sé, ¿qué hay de actualidad?” responde Patrick Pelloux. Risas locas, nerviosas. Biard retoma: “Yo estoy a favor de hacer un número, entre comillas, normal. Que los lectores reconozcan Charlie. Que ni siquiera sea un número excepcional”. “¡Como si nada!” remacha alguien en la mesa. Algunos evocan la idea de dejar espacios blancos donde los muertos del miércoles deberían haber escrito o dibujado. Pero finalmente, el equipo se pronuncia en contra. “No quiero que haya un vacío material”, argumento Gérard Biard. “Hace falta que estén todos en estas páginas. ¡Mustapha también!” Mustapha Ourrad, el corrector, forma parte de la larga lista de personas muertas en el atentado del miércoles. “Así que ¡dejadme las erratas!” se ríen Patrick Pelloux y los demás.

"Ah, ¡pues mira! ¡Ha muerto Fidel Castro!” grita Luz, haciendo una higa, al descubrir la información (que se desmiente poco después) en su teléfono. El reportero Laurent Léger intenta volver a centrar el debate en el periódico: “Pienso que no hace falta que hagamos necrológicas, no haremos un número homenaje”. La redacción debate el contenido de la revista. Gérard Biard: “Espero que dejarán de tratarnos como laicistas integristas, que dejarán de decir “sí, pero” ante la libertad de expresión”. Laurent Léger: “Pienso que podemos decir también que hemos estado muy solos estos últimos años”. Luz: “Hace falta que este número hable de lo que pasará después”. Corinne Rey: “¡Debemos hacer llegar el mensaje de que seguimos vivos!”. Richard Malka: “Y que no abandonaremos la crítica de las religiones”.

Charlie Hebdo es un periódico curioso: no tiene realmente secciones, sino “espacios” asignados a tal autor, tal dibujante. Para los de los difuntos, el equipo decide sacar del cajón los inéditos para publicarlos. Así, en el número que saldrá al kiosco el miércoles estarán Charb, Cabu, Wolinski, Honoré… Durante las discusiones hay algunos sollozos, como incendios de selva que deflagran para apagarse en seguida en los brazos de la persona de al lado. Hay quien se coge de la mano y hay miradas con lágrimas.

Richard Malka se aclara la voz: “Manuel Valls acaba de llegar al edificio”. El equipo suspira, se dispersa, charla. Acompañado de la ministra de Cultura y Comunicación, Fleur Pellerin, que ostenta una pegatina de “Je suis Charlie” en el pecho, y de toda una horda de periodistas de fuera, asistentes y comunicadores, el primer ministro viene a estrecharle la mano de los presentes, soltando algunas informaciones sobre la intervención en curso en Dammartin-en-Goële“Los dos asesinos están en la trampa” – antes de desearles “mucho ánimo”.

Biard se aventura: “Vale, ¿ya no hay más periodistas? ¿Ya no hay más ministros? ¿Qué hacemos con la página 16?” Su pregunta se pierde entre el ruido de las latas de coca cola que se abren, de las chocolatinas que se mordisquean, de llantos que se ahogan, de las sirenas de la policía, fuera. En su rincón, Patrick Pelloux se cachondea: “Esto es una auténtica mesa de redacción, qué cabrones, ¡vaya si arrancamos!”. (Libération).

(“Charlie» à «Libé» : «Bon, on fait le journal ?”, de Isabelle Hanne)
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