Entrevista a Robin Wood: El guionista que convirtió la historieta en el mayor bestseller
Por Juan Pablo Cinelli
¿Cómo terminó de guionista?
Siempre ocurren cosas en la vida y de repente te
encontrás con que se abren caminos. Fue el accidente casual de conocer a Luis
Olivera en Bellas Artes, que era un dibujante genial, pero que se dedicaba a
las historietas. En aquel momento (mediados de los '60) él estaba muy enculado
porque decía que los guiones que le daban para dibujar eran una porquería y que
no quería seguir con eso. Él sabía que yo había ganado dos premios literarios.
Uno a los 16 o 18 años, y otro a los 24, en Paraguay.
¿Eran cuentos o novelas?
El primero eran cuentos. El otro, un
análisis de la historia y cultura de Francia. Después de esos concursos me vine
a Buenos Aires. Trabajaba en fábricas y estudiaba en Bellas Artes. Y ahí Luis
me pide que le escriba algunos guiones y me enseñó cómo hacerlos. Yo los hice y
después me olvidé del asunto, hasta que me llamaron de la editorial para
decirme que querían comprar todo lo que escribiera. Ese día comí.
Por lo que cuenta, empezó escribiendo
literatura pero, ¿era fanático de la historieta o ese mundo le llega recién a
través de Olivera?
Desde muy chico siempre leí todo. Tenía una compulsión
que en la escuela hacía que mis maestros me detestaran, porque de algunos
temas, como historia o geografía, yo sabía más que ellos. Pero en el mundo de
la historieta entré por necesidad y descubrí que era bueno en eso. Podría haber
pasado el resto de mi vida en la fábrica y ahí era un tipo raro, porque me leía
dos o tres libros por semana.
Usted comenzó como guionista en una época en
la cual la historieta era un género muy fuerte y popular en la Argentina.
Muchísimo. Imagínate que cuando recibí la
propuesta de la editorial, fui a la fábrica y les dije que me iba. Había pasado
diez años trabajando en fábricas, sólo con los domingos libres. Y ahora quería
ir a ver esos países sobre los cuales había leído tanto. Con la editorial
llegamos a un acuerdo, en el que yo mandaba los guiones por correo y ellos me
giraban el dinero a dónde yo estuviera en ese momento. Así me pasé muchos años.
Por entonces la historieta estaba muy
fuera del canon cultural, y al mismo tiempo se fue convirtiendo en la lectura
de la gente que viajaba en el tren o el colectivo, la lectura del pueblo.
Sí: era la historieta justicialista, como
dijo una vez un gran escritor amigo. Era la historieta peronista. La leían
todos, hasta la burguesía. Y después creció todavía más. Se vendían un millón
de revistas por mes, imagínate lo que era eso. Y cada ejemplar de una revista
de historietas, según estudios, es leído por seis o siete personas. Imagínate
seis millones de lectores.
Acaba de decir que viajó mucho. ¿Qué intereses
motivaban esos viajes?
Muchos. En uno de mis viajes me fui por tierra de
Buenos Aires hasta México. No por avión, porque los detesto, sino usando
ómnibus o trenes. Y ese viaje lo hice después de leer los Diarios de
motocicleta del Che. También crucé el Negev, el desierto de Israel. Pensé:
"Si lo hizo Moisés, ¿por qué no lo voy a hacer yo?”
Se puede decir entonces que usted caminaba delante de todos esos
personajes suyos, que también eran errantes incansables que recorrían caminos
épicos.
Mis personajes me seguían, sí. Pero no todos. Nippur sí, porque él
te cruzaba el desierto, llegaba, se tomaba su vino y esperaba que alguien
pidiera socorro. Pero Dennis Martin no se iba a mover de su departamento en
París y ni de su vodka por nada. Cada uno tenía lo suyo.
Esta llegada un poco azarosa que usted tiene al mundo de la
historieta, ¿siente que interrumpió algún otro camino con el que usted soñaba?
Es
que no tenía ningún camino con el que soñar: tenía que sobrevivir. Muchos
intelectuales han detestado mi trabajo, por aquello del arte mayor y el arte
menor, y me buscaban. Un día alguien me dijo que había que "enseñarle a
pensar a la gente". Y yo le respondí que esa era una idiotez, porque la
gente sabe pensar, que hasta el último idiota de pueblo piensa. Y le dije:
"Lo que vos querés no es que la gente piense, sino que piense como
vos." Y eso no es lo mismo. Discusiones como esa he tenido muchas. Muchas.
Otro me dijo que yo era un enemigo de la clase obrera. Yo le pregunte:
"¿Vos te vestís bien, estás bien alimentadito y vas a la
universidad?" Sí, me respondió. "¿Y vivís con mamá y papá?"
"¿Qué tiene que ver eso?", me preguntó. "Que vos no tenés que
trabajar, ni preocuparte por ropa, comida, ni por nada más que tus estudios y
por ser un aliado de un pueblo del cual no sabés un carajo. Mucho menos de la
clase obrera." Yo trabajé diez años en los obrajes del Alto Paraná y en el
desierto del Chaco.
¿Por qué se desprecia la ficción como
entretenimiento cuando está dirigida a las clases populares?
Honestamente,
no lo sé. Yo nunca pierdo tiempo juzgando grupos. Para mí los grupos son un
misterio. ¿Por qué estos vociferan aquí contra aquellos, que vociferan allá?
¿Por qué se enloquecen? Yo soy yo, nada más. Mi política empieza con lo que
veo, toco y puedo palpar. No tengo política ni religión. Pero no soy ateo para
joder a alguien, para enfrentarme a la Iglesia. El Vaticano me ha premiado por
uno de mis trabajos [Se trata de "El Nazareno", uno de los episodios
de su personaje Gilgamesh, el inmortal]. Pero no ser religioso no es una
decisión que tomo, simplemente no puedo creer. Cuando muera voy a poder decir
si tenía razón o no.
¿Ser ateo en su
caso implica no creer en dioses en tanto personajes, o directamente en ninguna
posibilidad de existencia de un ente creador?
No, no creo en ninguna de
esas posibilidades.
Es curioso, siendo
el suyo justamente un trabajo de creador.
Es que mi creación se puede
palpar, tocar. Y cada una lleva mi firma. Yo todavía no he visto la firma de
nadie en este mudo de mierda que tenemos. Además, si así fuera, ¡por Dios, qué
podría haber hecho un trabajo mejor! No debió crear al hombre.
¿Usted es un humanista desencantado?
No,
desencantado no: me gusta la humanidad.
Aun así tiene dudas.
Ni siquiera son
dudas, simplemente no creo y no me interesa el tema.
¿Y su trabajo o su forma de pensar le han ganado enemigos?
Tengo
enemigos. He leído artículos sobre mí en los que se me acusa de cipayista o
nazi, me tildaron de sionista, de anarquista. Cada vez que me tildan de alguna
cosa, voy a leer y estudio para ver de qué se trata, y siempre quedo confuso.
Además, no soy persona de andar litigando y discutiendo o desafiando. Yo soy
yo, tengo mi vida.
¿Y qué siente por haber formado parte de la infancia y la vida de tanta
gente a la que ha llegado con sus fantasías?
A veces a las ferias y
presentaciones vienen padres con sus hijos, a quienes les han enseñado a leer
con las historietas. Y eso me gusta, sin que se me suba nada a la cabeza. Me
gusta escribir y me gusta ser leído: escribir es mi oficio y ser leído, mi
meta. Me gusta la idea de haber ayudado a hacerle la vida un poco más feliz a
alguien.
"Oesterheld fue el más
grande de todos"
¿Hay algún
colega a quien admire mucho?
Por supuesto. Sobre todo a Oesterheld y
Zappietro.
¿Qué le gusta de sus
trabajos?
De Oesterheld que fue un verdadero innovador. Su historieta era
muy humana, totalmente diferente de la que se hacía en su época. Creó para la
historieta al hombre de todos los días, personajes humanos y no superhéroes.
Fue el más grande de todos. Cuando empezó a escribir lo suyo, la historieta acá
era como en los Estados Unidos: petrificada. Y Oesterheld imaginó una nueva
historieta, que se parecía a la vida de cualquiera. Fue grandioso. Y Zappietro
supo captar la vida del lumpen, del bajo fondo, de la delincuencia, con un
héroe como Zero Galván, atormentado por problemas humanos. Esa innovación
cambió todo.
¿Es inevitable que la obra propia sea capaz de decir más allá de lo
evidente, e incluso más allá de uno, como en caso de Oesterheld y El Eternauta?
Un creador muchas veces hace cosas magníficas, pero de repente aparecen grupos
que siempre buscan detrás. Cuando Emile Zola escribió el J’acuse (Yo acuso) por
el caso Dreyfuss, se lo querían comer vivo, todo por defender a un judío. El
público lo quería linchar por haber escrito que se sabía que Dreyfuss era
inocente. Esa es la horda: los que marchan con antorchas detrás de Hitler…
Martín Caparrós ha encontrado referencias a
lo que pasaba aquí durante la dictadura, en algunos episodios de Nippur de esa
época.
Uno no es consciente de eso, pero es inevitable. Hay cosas que te
impactan, que te afectan, ante las cuales te rebelás. Podés decir que no tenés
nada que ver, pero tiene que afectarte. Tiene que dolerte. Si no sos un
espantapájaros plantado en una huerta humana. Y el hombre, esa criatura
estúpida, ignorante y cruel, sigue siendo tu hermano. No vas a justificar todo,
pero al menos te tiene que afectar.
Usted
estuvo en la Argentina durante la dictadura. ¿Cómo era trabajar en aquel
momento?
Jodido. Tenía un amigo que era oficial retirado. Una vez lo fueron
a ver sus colegas para preguntarle si yo era judío. Él les dijo que era
católico, que no lo soy, pero fue lo único que se le ocurrió. Le pidieron que
me dijera que me calmara, porque había escrito una historieta sobre David y
Goliat, vista desde el lado de Goliat, y otra sobre el rey Salomón. Yo admiro,
estoy orgulloso y escribí mucho sobre la cultura judía, y eso puso mi vida en
peligro. A Oesterheld y a sus cuatro hijas los mataron. Todos desaparecidos.
¿Qué hizo Oesterheld? ¿Si no escribió en contra de nada, si sus personajes eran
el lumpen, un indio? Pero era humano, y en aquel momento ser humano estaba
prohibido.
Tiempo Argentino. Lunes 20 de
agosto del 2012.
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