viernes, 11 de junio de 2010

Los recomendados: El Campito, de Diego Agrimbau y Hernán Gutiérrez



Por Gabriel Zárate

El Campito: Coeditado por Loco Rabia con Grupo Belerofonte el 2009, con guión de Diego Agrimbau y dibujos de Hernán Gutiérrez.

Es el tórrido verano del 87 en la periferia urbana de Buenos Aires, junto a las mortales vías de un silencioso tren que simboliza un habitual peligro permanente para los lugareños vecinos. Este es el cotidiano escenario de la historia, donde lo pasmosamente amenazador de la asechadora muerte se entremezcla con la juvenil e intrépida aventura de tres chicos: el transformador y conflictivo despertar de la adolescencia, con un desdichado trasfondo sórdido e infame que forma parte de la culminada infancia, desbaratada frente a una realidad de miseria humana propia, de una abyecta adultez.

El Campito es el espacio de los innatos ritos de iniciación de la pubertad, marcados por confrontaciones violentas con pandillas enfrentadas e impregnadas de una pervertida crueldad, donde el abrupto crecimiento, está signado por una machista hombría, que se forja a puños en un barrio popular, contaminados de una fascinante obsesión siniestra y perturbadora por los habituales y fatídicos accidentes ferroviarios. Es también el lugar donde los púberes ochenteros descubrirán el despertar erótico, las ingenuas ilusiones del tímido amor reprimido, las descarnadas deslealtades amicales, resignándose con pasmosa naturalidad frente a lo infausto y ruin de la perpleja vida.

Historias que se mueven en los sutiles márgenes de los hechos reseñados, ocultando más que describiendo. Confluencia de una narración con destellos autobiográficos influenciada por el americano minimalismo, que emplea solo unos breves detalles escenificados, suficientes para insinuar y aludir la auténtica trama, aquella que está fuera del relato y de algún modo todos los lectores intuimos y reconocemos, pues hemos vivido también aquellos iniciáticos años, únicos e imborrables.

La hermosa y sensual Betty, es un trastornado personaje, inolvidable y trágico a la vez. Un producto de su desdichado medio, avasallada por sus execrables circunstancias, que terminan volviéndoseles repugnantemente insoportables. Kazuo Ishiguaro a raíz de su última novela “Nunca me abandones” dijo en una entrevista: “La infancia es una utopía de niños afortunados”. Aquello que debería ser una básica y esencial norma de la convivencia humana, es en realidad tan solo islotes de envidiable excepción y la infortunada rubia nos lo recuerda desconsoladamente.

Hernán “Gato” Gutiérrez imprime un dibujo realista en la recreación del espacio representado, el barrio de Flores, incidiendo en los masivos iconos culturales como retrato de época, y a la vez esboza un dibujo casi caricaturesco de los rostros de los personajes (quizá influenciado por el manga), que expresan su condición infantil, estampando un sello de tenue humor, combinándolo con personajes que denotan repulsión, lo que distiende los tortuosos acontecimientos de la trama narrativa.

El álbum incluye un alusivo prólogo (ubicado a manera de epilogo) que es también una nostálgica mirada de Diego Agrimbau a la cómplice camaradería juvenil con el dibujante Hernán “Gato” Gutiérrez y de los secretos pormenores en la concepción y culminación de esta historieta, que rememora a su vez la emotiva amistad de los autores vinculada a su precoz fascinación por hacer comics. Suerte de tributo al inolvidable compañero de iniciación en otro tipo de aventuras, estético-creativas, pero igual de vitales y apasionantes.

El Campito es también una etapa vivencial no concluida completamente, donde el protagonista se queda emocionalmente atrapado, evocando unos estremecedores recuerdos e ilusiones, que diez años después continúan latiendo con vigente fuerza en su memoria, oscilando entre la ensoñadora melancolía y la fatal desesperanza. Como si el Campito no lo hubiese abandonado jamás, quizá por la profunda intensidad psicológica de las exaltantes vivencias que solo a esa edad de la vida pueden quedar apresadoramente grabadas con apasionada vehemencia; cerrando la amarga historia, el añorado reencuentro con un lacerante pasado perennizado, cuya dolorosa huella termina siendo ya parte de uno mismo.

1 comentario:

  1. Muchas gracias nuevamente por tan buena reseña! Gabriel, me gustaría enviarte un correo privado, me mandas un mail a locorabiaeditora@gmail.com por favor?
    Un abrazo!

    Marcos

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