lunes, 6 de julio de 2015

“Las flacas de Noé”, de Hernán Migoya


Por Hernán Migoya

“El (no tan reconocido como merece) dibujante argentino de historieta erótica expuso en diciembre y enero pasados en una galería de arte boanerense, pretexto idóneo para acercarnos a su candente obra y hablar con él sobre arte, funcional y no.” Así se iniciaba este reportaje escrito hace año y medio para el número 1 de una revista que nunca llegó a nacer: aunque ese ‘pretexto idóneo’ del que hablo hace tiempo que dejó su idoneidad por el camino, lo que no ha caducado es la calidad artística del autor que lo protagoniza… y el ostracismo al que siempre parece condenarse académica, institucional y ensayísticamente a los cultivadores del género erótico. Recupero ahora este artículo-entrevista en el blog del erudito Gabriel Zárate para que los internautas puedan descubrir o profundizar en la magnífica obra de Ignacio Noé.

Durante el final de 2013 y el inicio de 2014, la Galería Beatrix Roads de Buenos Aires acogió una exposición monográfica dedicada al autor de cómics eróticos Ignacio Noé: “Historietas y pinturas” mostró su faceta más conceptual y ambiciosa, aunque tampoco estuvo exenta –y ahí radica lo más sorprendente– del elemento que le ha dado mayor fama… el dibujo de voluptuosas mujeres.

Ignacio Noé (1965) ha publicado ya numerosos libros de historieta erótica y pornográfica en medio mundo: Francia, Italia, los Países Bajos, Bélgica y los Estados Unidos, éxito que le convierte para muchos en el heredero por derecho propio de grandes del cómic sensual como Milo Manara o su paisano Horacio Altuna. Hace unas semanas nos sorprendió al aunar esta faceta con la de pintor y paisajista en su muestra monográfica… ¿Se le considerará más ‘artista’ a partir de ahora?

Mezcla inusual
La muestra ofreció tres motivos radicalmente distintos de la faceta pictórica de Noé, que para muchos espectadores podrían constituir además temáticas incompatibles: por un lado, se incluyó una serie paisajística, con geometrías y trazos fuertemente ortogonales; por otro lado, una segunda serie basada en naturalezas muertas, bodegones cuasi-barrocos de jarrones; y en tercer lugar, sin duda todo un reclamo para el público generalista, una tercera y última aportación basada en mujeres gigantes plasmadas al estilo sexy de la ilustración pin-up estadounidense de los años 50.

Es decir, frente a dos temáticas academicistas y propias de la pintura clasicista, Noé introduce el elemento representativo cárnico: obviamente, la Historia de la Pintura (y del Arte por ende) no ha rehuido nunca el ingrediente erótico y/o festivo, tampoco desde un punto de vista estilístico flagrantemente figurativo… más bien al contrario. Pero pocas veces en estos tiempos de imposturas el arte contemporáneo se aborda desde el enfoque tan humilde de la ilustración mercantilista, aportando obra forjada dentro de una tradición artesanal y sin una interpretación pop externa a ella (como, por poner el ejemplo más cansino, hizo Roy Lichtenstein: depredar a Jack Kirby para alimentar galerías… Un autor de cómic siempre ha necesitado un buitre/artista que lo eleve a la categoría de Arte), para ser expuesta incontaminada junto a otras tradiciones más “nobles” y aceptadas por la élite, menos cuestionadas.

De este modo, es difícil juzgar la licitud moral en el establishment artístico de un cuadro como Bomba Atómica, donde Noé juega abiertamente al equívoco del título cual plumífero de diario sensacionalista: ¿con quién identificamos dicha “bomba”, con la explosión que deflagra en medio del pueblo fantasma que describe el artista… o con la colosal figura femenina que, oportunamente desnudada por la ventolera de la detonación, pasma por su rotundidad curvilínea, fruto de una estética decididamente cómplice con la figura femenina tomada y retratada como objeto de placer visual para ojos masculinos y heteros? El objetivo impúdicamente exploitation del cuadro no logrará empañar, como la Historia del Arte confirma una y mil veces, su validez como objeto artístico. Pero usualmente hay que pagar un peaje de décadas y hasta siglos para obtener esa validación.

Un profeta del arte erótico
En realidad, Ignacio Noé ha realizado todo tipo de géneros dentro de los campos de la ilustración y la historieta. Pero su obra es mayormente conocida (y mínimamente reconocida) por su dedicación al género erótico-porno. Al igual que otros célebres historietistas argentinos como Horacio Altuna y Francisco Solano López, Noé empezó publicando gran parte de su obra voyeur en un país de tradición relajada como España.

Ediciones La Cúpula fue la encargada de editar la mayor parte de la vertiente adulta de Noé, tanto despiezada dentro de la cabecera mensual, ya difunta, Kiss Comix, como en libros independientes y autoconclusivos. El dibujo espectacular e hiperrealista del autor de Escobar se ganó rápidamente la afección de miles de lectores, y el onanismo halló nueva carnaza en sus rutilantes heroínas, insertas en la honda tradición de las “bellas ingenuas” que van perdiendo ropa y vergüenza conforme avanzan las tramas.

Sus series más conocidas son El convento infernal (revisión noventera sobre religiosas lascivas, tópico tan en boga en los años 70, y cuyo cultivo Noé retoma con la sabia ayuda del ya desaparecido guionista, uno de mis más admirados maestros del oficio, Ricardo Barreiro); Diet, o las esforzadas intenciones de una hermosa mujer por adelgazar su cuerpo, proceso que se muestra exhaustivamente en la obra para placer sicalíptico de los lectores; o El afinador, enfoque prototípico de los patrones del cine X, donde el mentado protagonista del título no afina solamente pianos, sino también cuerpos femeninos.

En carne de nadie
Noé, pese a su indiscutible virtuosismo de volúmenes y color, se mueve en un terreno pues doblemente menospreciado por la élite artística: el de la historieta, por un lado; y el de la historieta erótica, en concreto, ignorada históricamente por los especialistas en arte e incluso en cómic. El destino consumista de este medio durante casi toda su existencia lo ha marginado totalmente del circuito artie de galerías y cotizaciones basadas en el prestigio. Solamente se permitía su presencia testimonial cuando algún artista reconocido de otro campo incursionaba en la integración del lenguaje del cómic dentro de su propia obra pictórico-conceptual, como ya se ha mencionado. Pero por sí sola, la historieta nunca ha sido valorada a la altura de la  pintura ni ha logrado los exorbitantes precios de esta disciplina, producto de su paradójica especulación entre los poderosos.

Así pues, la exposición bonaerense de Ignacio Noé ha sido una buena oportunidad para plantear hasta qué punto su arte seguirá siendo marginado, junto al de tantos otros colegas suyos de oficio, del mundo del Arte con mayúscula. ¿O solamente se marginarán sus obras eróticas? Será interesante comprobarlo en el futuro. 

Ignacio Noé

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